20 noviembre, 2014 I Compartir:
En el Mercado global sucede desde hace un tiempo lo siguiente: por un lado las personas, los que trabajan y crean (el colibrí) siempre están dispuestos a volar a toda velocidad de inspiración, polinizando con su versatilidad a todas las culturas. Por otro lado están las culturas locales dispuestas a producir estímulos únicos pero a un tiempo universal, es decir, dispuestas a globalizarse.*
En un mundo altamente conectado y en contraposición a esto, con individuos altamente aislados, se hace necesario conocer y comprender el contexto social a nivel global y local para poder entender, proponer y encontrar espacios en los cuales intervenir, actuar, innovar.
Surge con fuerza promover la necesidad de aprender a dialogar entre las personas: dentro y fuera de uno mismo.
No hablamos entonces de la clásica contraposición local/global, sino de una estrategia más refinada de comprensión y conocimiento de lo distinto, en la que la unicidad del otro es portadora de cualidades diferentes, producto de su propio carácter que puede compartirse en el marco de una dinámica de universalización de aquellas mismas cualidades que pueden traducirse, transmutarse y absorberse en un proceso omótico de convergencia y no de mera unificación. Desde esta perspectiva no se trata de homologar sino de traducir, no de unificar sino de converger, no de proponer recetas preparadas sino de activar transacciones y transiciones. Se trata de seguir el modelo antireduccionista de las ciencias de la vida, de la biología teórica de Kauffmann, de la física compleja de Prigogine o de los modelos neurológicos que se desarrollan juntos y en los que la vida no es una propiedad individual sino un proceso, una red.
Es necesario destacar el concepto de red, de interacción con el contexto, pues el estudio de tendencias de un hecho no tiene valor hasta que se lo relaciona con otro.
Una visión holística en la que los cambios locales pueden dar lugar a grandes consecuencias globales, donde los componentes de la red están interconectados, como sus funciones energéticas y donde las consecuencias pueden siempre ser relevantes. En este caso, la transición de una fase a otra simboliza el paso de una causa local a un efecto global. Por lo tanto, se engloba la lógica de la no linealidad, según la cual causas y efectos no son proporcionales, y la teoría del caos, donde el todo es más (o menos) que la suma de las partes. Esto significa que la globalización de la cultura, pero también la de la economía, no puede estar dirigida, controlada y mucho menos manipulada, desde arriba, por los poderes más fuertes. Y se abre un nuevo espacio de intervención, para el movimiento de personas y de sensibilidades y no sólo para las instituciones.
Antonia Moreno | Académico MADA
*Fuente: Morasce, Francesco. La Estrategia del Colibrí. La globalización y su antídoto. Editorial Experimenta, Madrid 2009.